Opinión

Club Social, Caravati y por qué las mujeres no denunciamos

Los comportamientos de un grupo selecto de varones quedaron al descubierto tras la polémica desvinculación contractual que dejaba a 35 personas sin trabajo. Es sabido que en dicho club al que pertenecen se dedican al juego, a plena luz del día sin ningún tipo de regulación estatal. Pero quienes se encargaban de llevarles café a diario desenmascararon otra realidad.
Por Lucia Acosta

Tras 15 años, el icónico Bar Caravati anunció este martes su cierre definitivo. En menos de 4 días debían desalojar completamente el lugar y reubicar a 35 trabajadores, algunos de ellos con más de 10 años de antigüedad. La desazón fue total, y esa misma tarde empezaron las manifestaciones de los trabajadores.

Los miembros del Club Social 25 de Agosto, propietarios del inmueble de dos plantas ubicado en Sarmiento 683, son los locadores del contrato de alquiler del espacio que, según el contrato firmado entre las partes, vencía el 31 de agosto de este año.

El empresario de Caravati, Esteban Cano, y el presidente del Club Social, Arturo Navarro, se acusaron mutuamente de incumplimiento de cláusulas, desde no haber avisado con tiempo la intención de continuar con el contrato, hasta no haber cumplido con los requerimientos mínimos, y un sinfín de otras situaciones -algunas graves-. Cano apuntó directamente al presidente del Club Social por esta decisión, a la que tildó de “irresponsable y caprichosa” por dejar a tantos trabajadores a la deriva.

De izq. a der. Arturo Navarro, presidente del Club Social, y Esteban Cano, propietario de Bar Caravati.

Lo que nadie esperaba era que los testimonios de las mozas que atendían a los socios del Club Social generaran una ola de repudios que encendieron la polémica y reflotaron viejas prácticas de estos señores, lo que hizo tambalear su cómoda cotidianeidad.

El nombre de Navarro volvió a estar en la escena pública.

¿Club Social? Quiénes son y qué hacen

El Club Social 25 de Agosto fue fundado en 1869, y desde sus inicios estuvo vinculado al juego. Tal es así que originariamente su nombre era “Club Casino”. Históricamente, el Club promovía actividades culturales variadas, desde obras de teatro, tertulias literarias, bailes y los encuentros sociales propios de cualquier club. 

Se rigen con un estatuto anacrónico que delimita las formas asociativas, las aptitudes que deben tener los socios miembros, y los requisitos para formar parte de él. Pero nadie puede precisar con exactitud cuántos son y qué hacen actualmente los miembros del Club Social.

Se estima que está conformado por alrededor de 100 personas, en su totalidad son varones. A ojos de hoy parece una locura, pero al momento de su conformación, las mujeres tenían los mismos derechos civiles que las niñeces, por lo que no contaban con capacidad asociativa (ni de participación política, ni de administración de nuestro propio dinero. Pasábamos de depender de nuestro padre, a depender de nuestro marido).

Sin embargo, pese a haber conquistado la plenitud de los derechos civiles en 1926, aún persiste el requisito de ser propuesto por dos socios del Club y aceptado por la Comisión Directiva para formar parte. Hasta donde se sabe, nunca se propuso a una mujer como socia.

¿Y a qué se dedican en definitiva? Lo que es públicamente sabido es que a diario se reúnen, como grupo de amigos, a jugar a las cartas y a apostar. Pero al tratarse de un club de selectos miembros, ningún organismo se dedicó a investigar qué cantidad de dinero se mueve y de qué manera operan. 

Su actual presidente, Arturo Navarro, fue titular de la ex CAPRESCA durante el gobierno de Arnoldo Castillo, en los años 90. Abogado, hábil intermediario para los negocios, se vio envuelto en serios escándalos de contrataciones flojas de papeles y el uso de influencias para beneficio de sus familiares y amigos, a punto tal que fue interpelado por la Cámara de Diputados, teniendo que renunciar a su cargo en octubre de 1999.

Muchos lo recuerdan por la enorme maniobra que perjudicó al Club Tesorieri en el subalquiler al supermercado de Av. Belgrano, su paso como presidente de un reconocido medio periodístico local y su poca aprehensión a las normas, cuando en junio de 2021 se descubrió a los miembros del Club Social violando el aislamiento social en pleno brote de Covid-19.

¿Y el resto de los socios? Se sabe poco. No hay un listado público, y muchos pueden alegar que visitan el Club como invitados. Juegan por apuestas, circula dinero, pero como nunca intervino el Estado. Todo queda entre esas cuatro paredes.   

“Nos escupían en los pies”

En los abrazos simbólicos al Bar Caravati, apenas anunciado su cierre, se empezaron a escuchar los testimonios de las mozas. 

“Estoy trabajando hace pocos meses, pero viví situaciones. Cuando piden una moza al Club Social, nos gritan que tenemos que atenderlos a ellos, y no nos podemos demorar porque ‘trabajamos para ellos’. Que sin ellos, nos quedamos sin trabajo. Son gritos en frente de los clientes del Bar o en el pasillo. Tuvimos que aguantar que cuando están masticando coca, nos escupan en los pies. Te están mirando todo el tiempo, como si no estuvieras. Te tienen dando vueltas, demorando el pago. Todas situaciones feas hacia la mujer”. 

Guadalupe, moza de Bar Caravati. Entrevista brindada a TVeo Noticias.

La cantidad de hechos denigrantes y sexistas que las mozas empezaron a relatar en entrevistas -y también en off- generaron un repudio masivo. Pusieron en el centro de la escena a los señores del Club Social y sus comportamientos cuasi feudales, y los antecedentes poco felices de algunos de sus socios.

A tal punto que por la tarde, Navarro convocó a los medios de comunicación para dar su versión de los hechos y pidió que si existieron hechos delictivos contra las trabajadoras de Caravati, que sean expuestos ante la Justicia para que se deje de manchar “el buen nombre” de todos los socios.

Lo que seguramente no ignora el señor Navarro es que siendo trabajadora de un local gastronómico, exponer malestar ante los jefes o amagar con dirigirse a una Unidad Judicial a denunciar una situación incómoda con un cliente, es completamente inútil.

No solo en la cantidad de tiempo que puede llevarle a una persona asentar una denuncia (que según el día puede ser de entre 3 a 6 horas de espera), sino que además marca un antecedente poco satisfactorio en cualquier legajo, en una provincia donde todos se conocen y los empresarios gastronómicos son pocos y manejan gran cantidad de locales.

Pero más allá de lo que relatan las trabajadoras, es también -por lo menos- cuestionable que, de no haberse producido la ruptura contractual, estas situaciones que atravesaban las mozas en el Club Social se hubieran mantenido en total silencio.

Y cuando se las cuestiona con el ‘porqué hablan ahora y no antes’, la respuesta es la misma: porque estaban cuidando su fuente de trabajo. Y porque probablemente la patronal no hubiera dado cabida a sus reclamos. Había que bancársela, o buscarse otro laburo.

Respuesta a un posteo de mi red social, donde reflexioné sobre por qué todavía se preguntan por qué no denunciamos las mujeres.

El empresario de Bar Caravati anticipó que contrataron los servicios de un bufete de abogados para asesorar a las trabajadoras y avanzar con las denuncias penales. Se sabe que existen videos de algunos episodios que presentarán como prueba, pero habrá que determinar si cumplen los requisitos de prescriptibilidad, y si las trabajadoras quieren en última instancia avanzar con esas denuncias.

Lo triste sería que utilicen esas potenciales denuncias como moneda de cambio para negociar la permanencia del Bar Caravati en el Club Social. Ojalá no lo hagan.