Carlos Vilariño, dueño de Textilcom, les mintió a todos: a los trabajadores les dijo que la situación estaba complicada, pero que igual les iba a pagar los sueldos. Les pidió que no fueran a trabajar un día para ahorrar gastos, pero a las 24 horas cerró la fábrica. Y al Gobierno le decía, con aparente entusiasmo, que pensaba tomar más empleados porque tendría nuevos clientes, no obstante, sin previo aviso dejó a 132 familias en la calle. ¿Nadie vio venir esta tragedia laboral? En realidad, a la gobernación habían llegado advertencias de que este empresario no era un buen espécimen en el mundo textil. Nadie quiso oírlas.
El desembarco de Textilcom en Catamarca se produjo en agosto de 2022. El 24 de ese mes fue la inauguración de la fábrica de indumentaria, con toda la pompa oficial acostumbrada para estas aperturas privadas con apoyo estatal. Más todavía en momentos en que el Gobierno provincial se regocijaba con el primer lugar en el ranking nacional de creación de empleo privado registrado.
Por esos días también la firma cortaba cintas de otras plantas en Lanús, provincia de Buenos Aires, y en La Rioja. “En total vamos a incorporar unos 700 empleados”, anunciaba Vilariño a la Tevé pública nacional, luego de ser presentado como un ejemplo de la reactivación económica pos-pandemia.
La planta confeccionaba prendas para marcas tales como Cheeky, Mimo & Co, Grisino, Cristóbal Colón y Topper. Vilariño se jactaba de manejar una empresa “prácticamente líder en el mercado, junto a RA Intertrading, que está acá detrás”, decía en alusión a la textil vecina y cuyo frente está sobre avenida Belgrano, mientras que el ingreso de Textilcom es por calle Echeverría, a metros de la Liga capitalina de fútbol.
A pesar de que la Provincia le ofreció varios beneficios promocionales para radicarse, la empresa aceptó solamente firmar un comodato por el local, que es propiedad del Estado. Pudo solicitar un aporte no reintegrable (ANR) o acceder al programa de Fomento de Empleo Privado (FEP), pero no lo hizo.
En cambio, para comprar las máquinas de coser tomó dos préstamos: uno con el Banco Nación y otro con la Caja de Crédito y Prestaciones de Catamarca (ex CAPRESCA). Recibió intimaciones para pagar.
De parte del Gobierno nacional, Textilcom se benefició con el Programa de Inserción Laboral (PIL), una ayuda económica para las empresas que contraten trabajadores con mayores dificultades de empleabilidad. Según comentó una trabajadora de la fábrica a INFORAMA, durante el primer año una parte del sueldo lo pagaba la empresa y la otra el Estado nacional a través de ese programa. A partir de mediados de 2023, el 100% de la carga salarial quedó para el empleador.
La caída
Las dificultades en Textilcom comenzaron hace poco más de dos meses. Según relató a este medio Vanesa Jerez, una trabajadora de 25 años que oficia de vocera del grupo, ya tenían “problemas con los sueldos”, tales como atrasos en los pagos, pagos a medias y no pago de los aportes previsionales de ley. Aún así querían conservar como sea la fuente laboral.
Vilariño les propuso entonces pagarles los salarios en tres cuotas. Los trabajadores lo aceptaron, porque entendían que no les quedaba otra alternativa, aunque cuando estaban produciendo indumentaria a buen ritmo, recibían felicitaciones de las marcas por la calidad de la confección y tenían unas 1.700 prendas para entregar.
Incluso estaban dispuestos a reducir de 6 a 3 las líneas de producción, si de esa forma se garantizaba la continuidad de la planta, pese a que ello implicaría afectar los ingresos mensuales de los trabajadores.
En otras palabras, había consciencia de que la situación general era difícil, como ocurre en otras actividades económicas sensibles a la disminución del consumo, pero al mismo tiempo existía el convencimiento de que con esfuerzo de ambas partes se podía sacar adelante el proyecto.
El lunes 20 de mayo pasado, la patronal hizo firmar un acuerdo a los empleados para que no fueran a trabajar el día siguiente, ya que no había plata para los gastos de rutina, y que regresaran normalmente el miércoles a retomar la producción. “Algunos accedieron con total confianza hacia la empresa”, contó Jerez.
Pero el martes 21 se enteraron de que había cerrado la planta de Textilcom en La Rioja, que contaba con 143 operarios, y entonces se convocaron para asistir urgente a la fábrica catamarqueña. Y allí se dieron con la novedad tan temida: las puertas estaban cerradas y adentro gente enviada por la gerencia local había empezado a embalar las máquinas. La mala fe patronal da pavor.
Frente a eso, la reacción de los trabajadores fue inmediata, instintiva: tomaron la planta. Desde entonces, viven de la ayuda solidaria. Cocinan y duermen allí tapados con cartones y abrigos que les acercaron sus familiares. “Con lo que tenemos, podemos comer solo al mediodía. Algunos compañeros empezaron a enfermarse por el frío”, expresó Jerez.
No tienen agua corriente porque la bomba de la cisterna se rompió hace un mes y la empresa no la reparó. El proveedor de bidones y dispenser retiró todo el mismo martes, cuando se enteró del cierre. Entonces adentro la gente carga agua en baldes y tachos para consumir y para los sanitarios. Una precariedad vergonzosa.
Sin alertas
¿Cómo es posible que el Gobierno y el gremio del sector no hayan tenido señales de este cierre? Otra vez Vanesa: “Creo que hubo una negligencia de parte de varias personas que estaban a cargo de realizar un seguimiento y evaluar en qué condiciones estábamos trabajando”, respondió ante una consulta puntual de este diario al respecto.
El Sindicato Obrero de la Industria del Vestido y Afines (SOIVA) hizo denuncias en la Dirección de Inspección Laboral (DIL) de la Provincia sobre la situación general que se estaba dando en Textilcom. Nadie se ocupó de hacer una inspección.
El Gobierno tenía alguna información sobre los incumplimientos salariales de la empresa de Vilariño, pero suponía que se trataba de algo coyuntural, de corte administrativo y solucionable a corto plazo. Porque al mismo tiempo observaba que las otras empresas textiles radicadas en Catamarca, como RA Intertrading -vecina de Textilcom-, Confecat y una con sede en Recreo, se mantienen sólidas.
Otro nivel de información sobre la marcha de Textilcom hubiera tenido el Ministerio de Industria y Comercio si la empresa contaba con beneficios promocionales, ya que de este modo estaría obligada a mantener el empleo durante un plazo determinado.
Pero Textilcom no solo no pidió ingresar al lote de empresas promovidas, sino que su dueño enviaba señales por demás optimistas. Les decía a los funcionarios que estaba a punto de sellar contratos con importantes clientes, como una empresa petrolera a la que iba a venderle ropa de trabajo para el personal de las estaciones de servicio. Razón por la que necesitaría tomar más trabajadores en Catamarca. Hizo todo lo contrario.
Para colmo, tampoco presentó un “Procedimiento Preventivo de Crisis de Empresa” (PPCE), un recurso formal que corresponde ser iniciado cuando se va a afectar más del 15% de los trabajadores en empresas con menos de 400 empleados.
Vilariño directamente bajó la persiana de Textilcom de la noche a la mañana y sin que la Provincia estuviera advertida. No pagó las indemnizaciones a los trabajadores, ni las deudas salariales. Más todavía, el pasivo laboral tuvo que calcularlo el organismo del área porque el empresario se borró como si no debiera nada.
La Provincia carece de un mecanismo legal que obligue a las empresas a informar si se encuentran en una situación complicada y deben reducir jornada laboral o despedir personal. O, como hizo Vilariño con Textilcom, cerrar todo, dejar más de un centenar de familias en la calle y reclamando soluciones en la Gobernación. Y todo sin dar absolutamente ninguna explicación.
Antecedentes
Catamarca ya vivió una experiencia traumática en el sector textil. En 2018 se produjo el cierre de la fábrica Tileye, ubicada en la ruta 33, en Sumalao (Valle Viejo), que dejó 50 empleados sin trabajo. Algunos de ellos, lamentablemente, pasaron luego a Textilcom.
La diferencia fue que el telón de Tileye se bajó luego de varios meses de manifestaciones callejeras de los empleados, que reclamaban por el no pago de sueldos y las malas condiciones laborales. Era una bomba de tiempo que el Gobierno no supo desactivar, aunque estuvo prevenido. La empresa tenía 35 años en la provincia.
Y antes que Tileye se produjo la caída de Alpargatas, que despidió a 200 trabajadores, también luego de una secuencia de sucesos que presagiaban su final.
Cuando Vilariño se presentó en Catamarca con su proyecto de confección de ropa, al Gobierno le llovieron comentarios de otros empresarios del sector advirtiéndole que no se trataba de un empresario modelo. “Si lo van a recibir, síganlo de cerca”, le dijo uno de ellos al ministro de turno.
Por otro lado, sin embargo, extraoficialmente aseguran en el entorno del gobernador Raúl Jalil que Vilariño desembarcó en la provincia con tantas “críticas” como “recomendaciones favorables” de parte de la cámara textil argentina. Como sea, se trataba de un personaje a observar. Y no lo observaron.
En su web corporativa, Textilcom alardea con sus “valores estratégicos”. Uno de ellos está referido a su política con las “personas” y lo que se propone. Dice textualmente: “Ser un lugar de trabajo ameno en donde cada uno de nuestros empleados se sientan cómodos, respetados, valorados y puedan desarrollarse integralmente”.
Una verdadera afrenta contra sus exempleados catamarqueños.