A pesar de que Marco Aurelio había perseguido a los cristianos, su hijo Cómodo, quien lo sucedió en el año 180, se mostró más amable con ellos debido al respeto que sentía por su emperatriz Marcia, quien admiraba la fe cristiana. Durante este período de calma, la cantidad de fieles aumentó significativamente, y muchas personas de alto rango, incluyendo a Apolonio, un senador romano, se unieron a la comunidad cristiana.
Apolonio era una persona muy versada tanto en filosofía como en la Sagrada Escritura. Sin embargo, en medio de la paz que disfrutaba la Iglesia, uno de sus propios esclavos lo acusó públicamente de seguir el cristianismo. De inmediato, el esclavo fue condenado a tener sus piernas rotas y ser asesinado, de acuerdo a un edicto emitido por Marco Aurelio. Aunque el emperador no derogó las leyes antiguas que castigaban a los cristianos, ordenó que los acusadores de Apolonio también fueran ejecutados.
Una vez que el esclavo fue ejecutado, el mismo juez le envió una orden a San Apolonio para que renunciara a su fe con el fin de salvar su vida y fortuna. Sin embargo, el santo rechazó valientemente estas condiciones humillantes. Como resultado, fue remitido al juicio del Senado romano para dar cuenta de su fe ante esa institución. Al persistir en su negativa de cumplir con esta condición, Apolonio fue condenado por un decreto del Senado y decapitado alrededor del año 186.
Esta historia nos lleva a reflexionar sobre la capacidad que tiene la religión cristiana de inspirar a los hombres con tal resolución y formarlos para que sean tan heroicos que se alegren de sacrificar sus vidas por la verdad.