Inflación sin freno, falta de trabajo, aumento de la pobreza, reclamos sociales, alta conflictividad. Esos son quizás los problemas más visibles que afectan hoy a los argentinos, pero lo que resume la angustia y la desazón es la ausencia de un horizonte claro sobre el futuro, la imposibilidad de ver un rumbo con cierta certeza. O, por el contrario, concluir que el destino es inexorablemente peor que el presente.
Esas pueden ser las razones por las cuales el estrés de los argentinos se ha incrementado del 31% en 2020 al 42% de la población a finales de 2021, de acuerdo con la Encuesta Mundial de WIN y Voices que midió esa afección en 39 países y que La Nación recuperó a raíz del Día de la Salud Mental, el pasado 10 de octubre.
Para tener una idea, la media global de personas que se sienten estresadas es del 33 por ciento. Argentina quedó en el quinto puesto del ranking, después de Japón, Serbia, Croacia y Líbano.
Según la RAE, el estrés es una tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos que a veces pueden ser graves. El 49% de las argentinas entrevistadas dijo que sufre estrés siempre o en forma regular, mientras que entre los hombres la tasa es del 35%.
En cuanto a los grupos etarios, es notable cómo esta afección aumenta a menor edad. A saber, mientras que el 50% de los entrevistados de 18 a 24 años dijo padecer estrés siempre o regularmente, entre los mayores de 65 esa situación solo llega al 30%. En general, este último grupo mostró el mismo nivel de estrés que un año antes.
El alto nivel de estrés era lógico por la pandemia, que además de lo físico tuvo efectos demoledores sobre la salud mental de las personas. Sin embargo, en el caso de Argentina el aumento de la tasa se dio a fines del año pasado, cuando todas las actividades presenciales ya estaban habilitadas. Es decir, lo que incidió fue la situación concreta del país, exenta ya de los condicionantes del coronavirus.
Y lo que surgió con más fuerza a partir de allí fue la Argentina real con su crónica crisis económica, su política decadente, sus instituciones endebles y los conflictos sociales derivados de ello. No en vano el estrés se ensaña más con los jóvenes y las mujeres: unos porque no ven un futuro que los aliente; ellas porque sienten que no les alcanza el trabajo para llegar a fin de mes y, menos aún, para considerarse realizadas.
Las consecuencias son el pesimismo, la depresión, el insomnio, el cansancio permanente, los ataques de pánico, la pérdida de memoria y hasta algunos síntomas incipientes de enfermedades cardiovasculares. No se trata entonces de un estado transitorio, sino de vivir con estrés.
Una encuesta reciente del Ministerio de Educación de la Nación reveló que el 70% de los chicos que terminan la secundaria quiere irse al exterior. Poco les importa si tendrán que hacer jardinería o lavar platos en un bar para mantenerse. Están convencidos de que aquí ningún título universitario les asegura una vida digna.
De acuerdo con la plataforma de verificación de datos Chequeado, entre septiembre de 2020 y octubre de 2021 se registró la salida de “más de un millón de argentinos y extranjeros con documentación argentina. Entre ellos, más de 50 mil indicaron en la declaración jurada que salían por ‘mudanza’”.
Argentina está devastando su futuro.
Por el encuentro
Esa incertidumbre por el futuro inmediato del país también se hizo presente en el Coloquio de IDEA, que se realizó esta semana en la ciudad de Mar del Plata. En otra dimensión y con recursos diferentes, los empresarios sufren el estrés a su modo.
El enfrentamiento entre sectores, la grieta política y la falta de acuerdos básicos entre el Gobierno y los actores económicos fueron los temas predominantes en el discurso de apertura del plenario.
Daniel Herrero, exCEO de Toyota y presidente de la edición 58 del cónclave empresarial, tuvo consideraciones interesantes en su presentación. Estas fueron algunas:
- “Nunca alcanzamos los llamados consensos, aquellos que brindan la seguridad necesaria para desarrollar reglas claras y una institucionalidad fuerte que permita un crecimiento sostenible”.
- “Nuestros recursos naturales, nuestro desarrollo humano y mano de obra calificada fortalecen la idea de un país en constante estado de potencia latente, pero que sigue siendo maltratado por una espiral de crisis recurrentes que se producen por posiciones maniqueístas”.
- “Pero si de algo nos sirve esta historia de desunión es para entender que nuestra responsabilidad es todo lo contrario: encontrarnos, trabajar juntos para crear un acuerdo común. Si no alcanzamos algunos consensos básicos, no vamos a poder crecer. Y si no cedemos en algo en nuestras posiciones para comprender al otro, tampoco lo vamos a lograr. Y por eso es que elegimos este lema para este Coloquio: Ceder para crecer”.
- “No podemos pensar en un futuro mejor si no creemos que ese futuro puede ser realmente mejor que nuestro pasado y nuestro presente. Y las oportunidades están, son palpables, nos esperan”.
- “Practiquemos el diálogo, aceptemos nuestras imperfecciones y trabajemos en nuestras fortalezas; estoy convencido de que todos somos capaces de ceder para crecer”.
Herrero apeló al “Kintsugi” -arte nipón que consiste en unir piezas de cerámica rotas- como una metáfora para “aceptar las imperfecciones, curar las ‘cicatrices’ y crear una obra de arte aún más fuerte” en Argentina, que definió como "el país de los desencuentros”.
Pero ese “encuentro virtuoso” representa una utopía mientras persista una estructura de poder político que impulsa y se retroalimenta con la división de los argentinos. En otras palabras, hasta tanto no se cambie la matriz generadora de conflictos, la desesperanza seguirá estigmatizando al país.