Los argentinos nos acostumbramos a que la pobreza crezca de manera desmesurada y que la dirigencia política sea millonaria. Como si se tratara de algo natural.
Los datos que deberían escandalizarnos parecen formar parte de la difícil realidad que nos toca vivir en nuestro bendito país.
Los índices de pobreza que superan el 50 por ciento y donde los niños y niñas de nuestro país que son pobres llegan al 60 por ciento (según datos de UNICEF) no marcan la agenda de la dirigencia política, pero tampoco mueve el amperímetro del humor social.
Nos vamos acostumbrando a que la pobreza sea un drama que sigue creciendo y donde millones de argentinos no pueden cubrir la canasta básica de sus necesidades.
Pero el otro dato significativo y hasta se podría decir inversamente proporcional es que la clase dirigente (políticos, gremialistas, etc.) muchos de ellos son millonarios.
Ni una cosa ni la otra nos escandalizan.
Pareciera que es natural que la pobreza crezca y que algunos dirigentes políticos y sociales tengan una vida más que placentera a pesar de no poder justificar sus ingresos.
Pareciera que es natural que la pobreza crezca y que algunos dirigentes políticos y sociales tengan una vida más que placentera a pesar de no poder justificar sus ingresos.
La pobreza es un flagelo que nos golpea desde hace tiempo, pero hubo un tiempo donde la Argentina tenía un dígito de personas pobres.
Cuando en la década del 60 se planteaban revoluciones en Latinoamérica para enfrentar la pobreza, los índices marcaban que, por ejemplo, en esa década la pobreza no llegaba al 2 por ciento y en la difícil década del 70 apenas superó el 5 por ciento.
Lejos estamos de esas cifras en estos tiempos donde lo común es que la pobreza crezca de manera descomunal sumiendo a millones de argentinos en la marginalidad.
Paralelamente, la clase dirigente se convirtió en millonaria o por lo menos de buen pasar.
Y es aceptado socialmente que un dirigente gremial o político tenga un capital superior a lo que su profesión u oficio le pueda dar.
No nos imaginamos a nuestra dirigencia en apuros económicos sino que la lógica es que sean pudientes y con una vida muy alejada de las necesidades de la ciudadanía.
Se entendió la lógica de la clase política rica y los ejemplos de austeridad se fueron desvaneciendo con el paso del tiempo.
Se le hecha la culpa a la presidencia de Carlos Menem haber mezclado la farándula y la riqueza en la gestión pública, pero de Menem a esta parte poco tienen que envidiar nuestra dirigencia en la vida más que placentera que se dan.
En otros países, es la dirigencia política la que debe dar ejemplo de austeridad y es, por ejemplo, en Alemania donde los parlamentarios tienen departamentos simples donde viven y ni pensar en cobrar desarraigo.
Acá es más lógico que tengan un departamento en Puerto Madero, que tengan chofer, que viajen de vacaciones al exterior y no que sean ejemplo de austeridad en medio de las crisis que nos han tocado vivir.
De lindos discursos hacia las necesidades de los argentinos, pero nunca hemos tenido una dirigencia política más alejada de esas necesidades.
Cómo entender, entonces, lo que significa no llegar a fin de mes, o directamente no poder dar de comer a su familia, si son temas que ni de cerca les toca.
Está en la retina de los nostálgicos del gremialismo argentino ver la foto del gringo Agustín Tosco con su mameluco mientras reclamaba por los derechos de los trabajadores.
Hoy los que reclaman esos derechos, llegan a las reuniones en autos importados y con custodia.
También está lejos recordar a Don Arturo Illia con la sencillez del hombre que se fue más pobre que como había llegado a la presidencia.
Y es un dato de color la figura de Pepe Mujica el ex presidente uruguayo que vive en la misma casa desde que fue liberado de la prisión que tuvo que soportar durante la dictadura de su país. Y en el medio fue presidente, senador nacional, entre otros cargos.
Vivimos la política de los ricos y famosos.
Lejos de la realidad que le toca vivir al ciudadano argentino.
Con los índices de pobreza más altos de la historia de nuestro país la clase dirigente no parece estar a la altura de las circunstancias.
Nos fuimos acostumbrando a la pobreza, a la desaparición paulatina de la denominada clase media -que para algunos sectores parece ser una mala palabra- y sobre todo fuimos aceptando como normal y natural que la dirigencia política y social tenga ingresos exorbitantes.
Lamentablemente hemos naturalizado lo que no debería ser.
Nos fuimos acostumbrando lentamente a esta situación.
Lo que el sentido común dicta que no es normal lo hemos normalizado.
Mientras tanto, la pobreza golpea cada vez más hogares argentinos.
Mientras tanto, tenemos cada vez más ricos y famosos dirigiéndonos.