Recorrer los salones de artesanías de la Fiesta del Poncho es una invitación para conocer la historia y los procesos con que se produce la prenda que le da el nombre a la fiesta de invierno más importante del país.
El proceso de convertir la lana en hilos es completamente artesanal: comienza con la selección de la materia prima, el descerdado -método para separar las fibras más largas y gruesas de las más finas y cortas-, y la limpieza del vellón hasta dejarlo preparado para ser hilado a mano con huso o rueca. Una vez listo, se tiñe hasta adquirir el color deseado, se prepara el urdido en el telar con la cantidad adecuada para cada prenda, para luego comenzar a tejer.
La materia prima utilizada por lo general tiene origen local, ovejas, llamas y vicuñas, y en muchas comunidades el proceso de confección de un poncho comienza mucho antes, con la recolección de la fibra, como la Cooperativa Limitada Mesa Local de Laguna Blanca, que entre los meses de noviembre y diciembre realiza el tradicional chaku, método ancestral de encierro que permite esquilar la vicuña para obtener su fibra y luego liberarlas.
Las tejedoras, tejedores e hilanderos aprendieron las técnicas mirando a sus mayores, desde los procesos más simples como son el ovillado o el urdido hasta el más complejo como es el tejido mismo. Como cuenta Graciela Salvatierra “la escuela eran nuestros padres y abuelos, desde chicos nos ponían a ayudar, a urdir, así aprendí”.
En la mayoría de las casas todo el grupo familiar se involucra en la tarea. En el caso de la familia Salvatierra, Graciela trabaja junto a su esposo y sus tres hijos. Al Poncho vino acompañada por uno de ellos, Mauro Gutiérrez, quien cuenta que de chico empezó a trabajar, “también nos poníamos a urdir, era una obligación más”.
En 2016, con apenas 23 años, Mauro recibió el Premio Artesano Revelación "Aldacira Flores de Andrada” por un poncho de oveja de un solo paño teñido en colores marrones en degrade con resina de algarrobo negro, algarrobo blanco, de cascara de cebolla y cascara de nuez. En tanto que en el 2019, el premio adquisición al mejor poncho fue el de Graciela.
Ruth y Roxana Reinoso, denominaron a su emprendimiento “Tejiendo una herencia”, justamente porque aprendieron este oficio de sus padres y abuelas, y a ellos a su vez de sus padres y abuelas.
“Mi mamá nos contaba que desde muy chiquita la pusieron a hilar y para nosotras fue normal en nuestra infancia verlos hilar, tejer. Así se comienza, viendo a la familia trabajar. Mi mamá me enseñó a torcer a los 8 años, y después mi papá me enseñó a tejer, mis sobrinos cuando eran chiquitos jugaban armando telares con palitos, imitando el telar criollo que tenemos en la casa, enterrado en tierra”.
Ruth y Roxana son hijas del reconocido artesano Ciriaco Reinoso quien supo decir “amo el telar porque amo a mi abuela” y ellas concluyen “amamos el telar porque amamos nuestras raíces”.
“Hoy en día, esto que traemos al Poncho es un patrimonio cultural vivo que queremos seguir transmitiendo en memoria de lo que ya no están y de los que todavía nos quedan”, concluyó Roxana.
La confección de un poncho puede llevar entre uno y ocho meses dependiendo el material con el que se trabaje y teniendo en cuenta todo el proceso previo al tejido. Las prendas elaboradas en lana de oveja y fibra de llama son más rápidas de confeccionar; en tanto que las de vicuña, al ser una fibra más fina puede llevar un tiempo aproximado de entre cinco y ocho meses, un trabajo que en este caso también incluye la clasificación del color: el cuerpo de la vicuña está cubierto con un denso y suave pelaje color marrón rojizo en la parte superior, beige en los flancos y blanco en las áreas del pecho y cuello.
El paisaje es fundamental en todo el proceso y el diseño de un poncho, ya que muchos de los colores se obtienen mediante tintes naturales. “Utilizamos la vegetación de la zona, siempre digo que tenemos que usar lo nuestro: jarilla, sunchos, nogales, chilca, algarrobo, toda la variedad que hay nos dan las tonalidades y una variada paleta de colores”, comenta Ruth Reinoso, quien aprendió a teñir de su tía Marta Chaile y su prima María Inés Villagra, ambas oriundas de Barranca Larga, porque su papá y su abuela “no teñían, usaban el color natural del animal”.
Algunos artesanos realizan el mismo proceso de teñido y secado al sol usando tinturas industriales. Mauro Gutiérrez utiliza, además de tinturas naturales extraídas de la cochinilla, el nogal o el algarrobo, anilinas: “Las anilinas llevan un alumbre que es un mordiente que hace que afirme el color y no destiña”.
Mauro es un gran colorista, se destacan sus ponchos de guarda atada también conocida como guarda Ikat. La técnica, una de las más complejas, consiste en dibujar el diseño sobre los lisos y amarrar muy fuertemente con trapos de algodón los sectores que no se deseen ser teñidos. También realiza ponchos cuyas superficies replican círculos teñidos luego del tejido y mediante una técnica de atado similar al batik.
Yamil Gutiérrez también realiza ponchos de guarda atada, pero en su stand llama la atención un poncho de damero en tejido doble faz. Yamil tiene 25 años, es hijo y aprendiz de la maestra tejedora Andrea Gutiérrez. En su puesto, ubicado en una de las esquinas del pabellón Peregrina Zárate, también se pueden apreciar trabajos en cordoncillo, ojo de perdiz, laboreo y peinecillo. Yamil cuenta que son once hermanos y la mayoría teje junto a sus padres, aunque su mamá reconoce que es el más artesano de todos sus hijos, tal es así que el año pasado recibió el premio al Joven Artesano Catamarqueño y el Premio Aldacira Flores de Andrada al Artesano Revelación.
Durante el itinerario los visitantes podrán sumergirse en nuestra cultura tejedora y deleitarse con una diversidad increíble de ponchos, elaborados por diferentes manos artesanas de la provincia. Los pabellones de artesanías están abiertos al público, todos los días, de 13 a 22 horas.