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La cruda historia de una catamarqueña en Buenos Aires, contada por la actriz Eugenia Tobal

“Si se trata una enfermedad, se gana o se pierde. Si uno trata a una persona, les garantizo que siempre ganarán”. Esa es la frase que le quedó grabada a Ana Carolina “Caroll” Agüero Unzaga, una mujer catamarqueña que viajó a Buenos Aires para el tratamiento contra la leucemia de su hijo.

Pero para empezar a contar la historia de Caroll, se tiene que empezar por el final.

Durante los casi tres años de pandemia por Covid-19, Caroll se entretenía tomando unos mates y viendo videos y fotos en Instagram para tratar de distraerse de toda la situación de miedo y paranoia que desató la enfermedad en el mundo.

En una de esos días de confinamiento obligatorio, ella se topó con la cuenta de Javier Ponzo, comunicador y creador de contenido, quien estaba recopilando historias sobre cómo las películas impactan en las vidas de las personas.

“Te voy a regalar esta historia”, contaba Caroll, sobre lo que sintió al compartir con Javi su dura vivencia. "Me empiezo a acordar y no puedo contener las lágrimas".

Un sombrío diagnóstico

Corrían los años noventa y Caroll estaba embarazada de su cuarto hijo, Maximiliano, y vivía tranquilamente con su esposo en la capital catamarqueña.

Entre las idas y venidas de la rutina diaria, su hijo más grande, Mathias, o “Mathi”, comenzó a presentar varios síntomas como fatiga, dolores de cabeza y náuseas. Si no hubiese sido por un acertado diagnóstico de su doctor de cabecera, la historia de Mathi habría sido distinta.

Inmediatamente, Caroll, embarazada de siete meses, viajó sola con Mathi a la provincia de Buenos Aires, donde sería atendido en el Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez por su enfermedad, leucemia linfoblástica aguda, una patología que afecta la médula ósea y la sangre.

Mientras su esposo quedaba en Catamarca con sus dos otros hijos, Caroll dormía, comía y vivía en el hospital sin separarse un segundo de la cama donde estaba postrado Mathi.

Caroll contaba que, durante los meses de internación, vivía casi anestesiada. Se movía con absoluta rigurosidad en cuanto al tratamiento. “Estaba peleada, enojada, con la vida”. Era inflexible en cuanto a los deseos de su hijo, que tenía 7 años en ese momento; si él debía tomar una pastilla, sacarse sangre o hacerse algún estudio, no había negociaciones.

Pero los médicos y psicólogos del hospital advirtieron que el ritmo de vida que llevaba Caroll no era sano, y mucho menos en su condición tan delicada de siete meses de embarazo. Por eso, un día los médicos la “echaron” del hospital y le dijeron que necesitaba salir, tomar aire, despejarse y dormir por lo menos una noche en un lugar que no fuese una camilla de hospital.

Una marquesina de Palermo

Resignada, Caroll comenzó a caminar las calles del barrio de Palermo Chico. No había salido del hospital en más de un mes, ni siquiera para conocer o distraerse. “Mi recorrido diario era del hospital a la obra social. Nada más”.

En esa caminata fue cuando vio la marquesina de un cine y fue ahí cuando todo cambió. Entre los estrenos estaba un actor muy conocido y querido por Caroll, quien ya había visto varias de sus películas. Lo vio. Traía una nariz roja, zapatos de payaso y una bata blanca. Era Patch Adams, película sobre la vida del famoso médico Hunter “Patch” Adams y protagonizada por Robin Williams.

Ella creyó, inocentemente, que al tratarse de una película de Williams, reconocido cómico y parte de series alegres como “Mork y Mindy”, vería una comedia. Una vez empezada la función, no hubo vuelta atrás. Caroll rápidamente se dio cuenta de la trama de la historia y decidió quedarse, más por “rata” que por otra cosa, según ella.

Lloró todo ese día. Lloró de la frustración, del enojo, de la angustia que sentía. Pero fue un momento bisagra en su vida. Las enseñanzas de Patch Adams, más la impecable representación de Robin Williams, fueron suficientes para que Caroll se diera cuenta de algo que le estaba faltando para afrontar la enfermedad de Mathi: humor.

Un antes y un después

Con el espíritu renovado, Caroll encaró la enfermedad de otra manera. Comenzó a jugar con Mathi y dejó de ser tan exigente con el tratamiento. Inventaba juegos, distracciones, todo con un ánimo distinto, más alegre.

Mathi encontró en su mamá un lugar cálido, de tranquilidad, donde antes había existido penumbra y resignación, porque ambos se necesitaban mutuamente para salir adelante.

Con el correr de los días, la salud de Mathi fue mejorando. Hoy él es el único sobreviviente de aquel grupo de niños con patologías oncológicas que estaban internados en la misma área. Cada niño y niña significó una despedida, un amigo o amiga menos, pero Caroll tenía en claro que Mathi tenía que volver a Catamarca.

"¿Quién más que yo podía ser la payasa de mi hijo?". Entre disfraces, salidas a escondidas de la habitación y tardes de juego en el patio interno del hospital, Caroll se ingenió mil y un juegos para que la estadía fuese más llevadera. "No sé si hubiese aguantado más con ese enojo que cargaba. Yo ya lo estaba velando. No le estaba dando la chance para que él, por su propia cuenta, luchara".

A través del humor, la risa y las distracciones, ambos se dieron la confianza para superar el cuadro de leucemia.

Aquella película, como ella expresa, es una de tantas que se pueden escabullir y cambiar nuestras emociones, nuestra forma de pensar y, inevitablemente, nuestro camino. "Mathias, desde ese momento, nunca se volvió a complicar. Sólo se internaba para control y protocolo".

A esto, se sumó el nacimiento de su hermano, Maximiliano, quien pasó a ser la adoración de Mathi. Su madre cree que, al nacer Maxi, Mathias se llenó de más ganas de vivir: "Fue un cambio tan inexplicable, tan radical. Aquél que ose no entender que el humor te predispone para superar hasta lo más tremendo es un necio".

Hoy, Caroll vive tranquilamente con su esposo en la Capital. Sus cuatro hijos ya crecieron, estudian y trabajan. "Estamos de paso...Pasémoslo bien".

Como los créditos al final de la película...

Lo que nos queda son dos verdades universales e ineludibles. La primera, el amor de una madre lo puede todo. La segunda, el arte cinematográfico, con sus fotografías, composición musical, historia y diálogos, penetra intensa y profundamente en cada uno de nosotros. Nos eriza la piel, remueve cada remembranza escondida, nos saca una tenue risa o nos permite llorar lo no llorado.

Esta historia fue el producto de muchas otras historias más, entrelazadas. Caroll la vivió, Javi la contó y Eugenia Tobal la narró. Una secuencia de hechos, inexplicables, que empezó con la marquesina de un cine.

Mirá la historia de Caroll, recopilada por Javi Ponzo y contada por Eugenia Tobal:

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