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Ganaron los vencidos: la Toma, Benjamín y el arte de aprender

Una mujer vestida de blancos y marrones, de un vestido hecho de girones y retazos, con la cara pintada de blanco y unos ojos inmensos explica la novena tesis de Walter Benjamín sobre la filosofía de la historia en el pasillo de la facultad. Atrás de ella, seis personas sostienen unas largas antorchas amarillas y se mueven, recitan, componen imágenes, gritan nombres, susurran versos llenos de ternura y preguntas fundamentales que urge hacerse: “¿qué se ha olvidado este mundo?”

(La marcha de las Luciérnagas – presentación en la UNCA - Ph @leonidasfotografias)

La escena es justamente eso, una escena de la obra teatral La marcha de las Luciérnagas, que el grupo Los Constructores realizó el jueves pasado en la UNCA, como una actividad cultural gratuita en el marco de la Toma universitaria.

Luego de la obra, actores, actrices, estudiantes, docentes y público en general armaron una ronda en el hall de entrada para conversar durante mas de una hora sobre las emociones, sensaciones e ideas que surgen luego de la obra, y cómo la misma se conecta con el presente, y también, igual que la filosofía de Benjamín, con el pasado y el futuro.

Las primeras palabras son de Marite Pompei, directora del grupo Los constructores, para contar que la obra no tiene un referente único, habla de muchas luchas y de muchos pueblos y lo dice mirando al frente donde una bandera de Palestina enmarca uno de los tantos carteles que adornan la Toma.

Debate con el grupo de teatro “Los Constructores” - Hall de la UNCA ( Ph @leonidasfotografias)

La obra, de su dirección y escritura, inicia con el famosísimo pasaje de Benjamín sobre la historia del progreso, la historia oficial que es siempre la de “los vencederos”, los conquistadores, los imperialistas, los que ganan con la razón de la violencia, los genocidas de ayer y los vencedores libertarios de hoy. Pero Pompei señala también que Benjamín no circula tanto en las aulas universitarias, que no es la bibliografía hegemónica, sino más bien todo lo contrario. Benjamín, al igual que la teoría crítica de la escuela de Frankfurt o las miradas críticas del arte como una forma de pedagogía, no tienen lugar en nuestra universidad. Una universidad conservadora y llena de prejuicios como bien ha demostrado esta Toma, que en estos 24 dias nos ha enseñado muchísimo sobre nosotros y tambien sobre “algunos otros”, aquellos que insultan, desprecian, reafirman lo conservador, el estatus quo y la disciplina, por sobre la creatividad, la política, el arte y la lucha, todas formas de vida que son eminentemente pedagógicas, es decir, que enseñan. Y justamente de eso hablan los estudiantes que intervienen en la conversación después de la obra, hablan de los aprendizajes durante la toma, del proceso colectivo, de todo el recorrido realizado en estas cuatro semanas, de la sensibilidad despertada, de la cantidad de ideas aprendidas a partir de clases públicas, obras de teatro, poesías, talleres, conversatorios, invitados de adentro y fuera de la universidad, de muraleadas y caminatas y clases de yoga y guitarreadas y comidas compartidas.

(ph: @leonidasfotografias)

Y mientras escucho a esos estudiantes emocionados hasta las lágrimas, pienso, con mucha tristeza y pena, en todos los otros estudiantes de la UNCA que se pierden esta maravillosa experiencia, pedagógica, política y afectiva. Todos esos que creen que la universidad, la educación (¿la vida?) es CUMPLIR, OBEDECER, ir al aula y a la casa. Esa santificación del aula y de la autoridad del docente. Hay tanto para aprender fuera de las aulas, tanto en el intercambio con el arte y con la calle y con los pasillos. Después las autoridades, los decanos y rectores, se llenan la boca hablando de que “la universidad debe conectarse con la sociedad”, “salir a la sociedad” y todas esas ideas bonitas de la boca para afuera. Y cuando alguien (docente o estudiante) intenta hacer eso, cuando justamente, los invitamos a salir… ¡NO! La santificación del aula y la autoridad del docente se impone. Me da tristeza y pena esa visión reduccionista y disciplinada, tan chata y mediocre de la educación. Tan defendida por docentes que exigen conocimientos pre-digeridos, que esperan la repetición de cada una de sus palabras, esos que solo miran la nota y el contenido, olvidándose que formamos personas, seres humanos, valores, prácticas éticas y políticas. Tanto docente triste y facho pregonando disciplina y autoridad, como si eso no fuese “adoctrinar”. Tanto docente triste y facho prometiendo castigo para el que falta, para el que no repite palabra a palabra, para el que no “aprende la lección”. Y tanto estudiante disciplinado incapaz de conectar con el pulso de la historia. ¡50 facultades tomadas en todo el pais! ¡Multitudinarias marchas, miles y miles de estudiantes defendiendo el futuro, su futuro, tu futuro! Y vos, estudiante/docente disciplinado e indiferente, asintiendo la cabeza ante la autoridad, ante el centro de estudiantes alienado, ante el decano soberbio, ante el docente autoritario, negando todo pulso e impulso de la historia, repitiendo el insulto de la televisión, el sarcasmo de las redes sociales, subiéndote a la moda antipolítica del desprecio. Pena y tristeza.

II.

Pienso todo eso, mientras sigo escuchando las voces que circulan y las emociones de la obra que siguen dando vueltas. Alguien menciona una escena en particular, fuerte y movilizante.

Una escena que deviene “histórica” con todo el peso de la palabra. Empieza con un plato de metal brillante y pulido y una cuchara, del mismo metal, con el mismo brillo reluciente de la plata, y los actores que, en modo automático, robótico, con un gesto y una mímica repetitiva empiezan a golpear la cuchara contra el plato. La cuchara sube y baja, golpea el plato. Al principio lento, muy lento, como si la cuchara quisiera encontrar algo en un plato que sabe vacío, pero igual insiste. Las cucharas suben y bajan, golpean una y otra vez platos vacíos. En un pais donde el 50% de la población es pobre y uno de cada cuatro chicos no come, la escena no puede menos que retorcer el estómago. El ritmo crece, el golpe gana potencia, aumenta el ruido, se aceleran los golpes. El sonido metálico retumba en el pasillo de la facultad, baja por las escaleras y hace eco en los patios también vacíos. De repente, en un parpadeo, con la magia del arte de por medio, ya no son solo los seis actores, ahora los platos y cucharas cambian de mano, hay movimiento, hay aplausos, hay un colectivo que se forma, hay una marcha, literal, hay un cuerpo colectivo que se mueve, los platos se levantan y se golpean por arriba de las cabezas, el 2001 aparece súbitamente con la memoria del ruido, pero también en las caras y expresiones. Ahí están los jubilados autoconvocados que vinieron a la obra, que también marchan con sus antorchas todos los miércoles y que recuerdan, también, los cacerolazos de hace 23 años, en una época en la que muchos estudiantes que tienen al lado ni siquiera habían nacido. La obra deviene un pedazo de realidad, una alianza temporal entre pasado y presente, un relámpago que ilumina y captura el sentido del futuro, un destello que abraza la potencia de lo que emerge y transfigura, entre platos y cucharas el espíritu de Benjamín se apodera de todo y los vencidos dan vuelta la historia, aparece su victoria, su canto, su protesta que esta más viva que nunca. Hay sonrisas, hay cruces de miradas, hay cambio de roles, estudiantes que devienen actores, actores que devienen en integrantes de la toma, espectadores que dejen de espectar, de esperar, ya no miran, se suman, participan, marchan, aplauden. El arte consigue su cometido, el espectador interpelado, el frontispicio desaparece, la cuarta pared se cae, lo común se impone, la lucha aparece como protagonista. La toma pierde su condición numérica, su condición coyuntural y se hace parte de un tejido histórico, estudiantes y jubilados, artistas y docentes, trabajadores y familiares, 2001, 2010, 2024. Las conexiones se despliegan hacia el interior de la breve historia de la toma, y la obra de teatro se conecta con el documental “Sin agua no hay membrillo” (proyectado en la Toma) que cuenta la historia de la lucha de Andalgalá contra la Megaminería; que también se linkea con el mural pintado un jueves de marcha, (también en la toma), que trae la memoria del agua y del Aconquija, y tira una punta, que se conecta con las memorias de la copla y la vidala en los festivales de los viernes (también en la toma) por los que pasaron más de cuarenta artistas locales, desde el tango hasta el rock pasando por el candombe, el rap, la cumbia y el folclore.

Festi en Defensa de la Universidad – viernes 25 de octubre. (Ph @leonidasfotografias)

III.

Uno de los puntos más destacados de la obra, posiblemente sea el manejo de las velocidades y los ritmos. Un viaje vertiginoso como nuestra realidad política cotidiana, una montaña rusa de emociones que viajan desde la resignación y la tristeza, a la lucha del abrazo amoroso y también al grito desesperado que denuncia la injusticia.  Y no solo es el ritmo, también es la perspectiva, la distribución de los cuerpos. Si en un rincón un cuerpo se levanta, a unos metros, hay uno que se desploma, y si en algún momento todos los cuerpos sostienen a uno, en otro momento, nadie se puede sostener y todos corren desaforados y a los tropiezos sin poder llegar a ningún lado. Metáfora exacta de un momento político de nuestra historia. Una época llena de violencia, que golpea uno tras otro los cuerpos sociales, palo a los docentes, palo a los jubilados, palo a las comunidades indígenas, palo a los trabajadores de salud, palo a los trabajadores del arte y la cultura, palo a los del cine, palo a los del correo, palo a los de Télam; palo, palo y más palo.

Pero lo que no hay en esta obra es pasividad frente a esa violencia, no hay dudas. No hay mensajes ambiguos, hay toma de posición, hay una frase que retumba y resuena sobre el final, “aquí estamos”. No es una proclama ideológica, no es una frase ganadora, no es una consigna publicitaria, de esas pegadizas y vacías con las que se inundan los sentidos hoy. Nada de eso. Es una constatación, el rayo fulminante que retumba y agrieta, es lo que no se puede borrar, es el factum histórico y es la historicidad como experiencia: ¡Aquí estamos! Frente a los que se creen ganadores, frente a los conquistadores, frentes a los que se escudan en la obviedad, frente a los que repiten el eco sordo de las pantallas, ¡aquí estamos! Y con la sonrisa del sentido irónico y crítico del humor, sepan, que nosotros ya ganamos. La Toma ya ganó. Ganaron los estudiantes transformados en el proceso, ganamos los docentes que enseñamos, no “afuera del aula”, sino el afuera del aula. No es un juego de palabras, es una metáfora cargada de sentidos inmensos para que el sabe leer y escuchar. Durante todo el mes, pusimos en nuestros programas de cátedra dos ejes fundamentales, el afuera del conocimiento y el adentro de lo social, el saber y el poder, la historia y la memoria, la razón y el cuerpo, toda una pedagogía crítica de la modernidad colonial y las epistemes cientificistas al servicio de lo coyuntura y del presente.  

IV.

Finalmente, desde Benjamín y tantos otros pensadores y pensadoras, sabemos que la historia nunca es una. No hay un solo relato, ni una sola verdad, como no hay una sola universidad, sino muchas maneras de ser estudiante, de ser docente y de dar esta lucha. Hay enfrentamiento, conflicto y visiones en disputas que atraviesan la educación y la ponen frente el designio de su propia historia. Algunos escribirán la historia del “curro”, de las “auditorías”, de los docentes “millonarios”, de los “vayan a laburar”, la historia de la educación arancelada, privada, la que no es un derecho sino un privilegio para el que puede pagar y para el que tiene mérito. Otros escribirán su historia personal, de esfuerzo y progreso individual. Otros seguirán en su indiferencia. Y otros, reafirmarán su desprecio contra todo derecho social, como hacen “los vencedores libertarios de hoy” que gozan del sufrimiento ajeno y anhelan un futuro sin universidades gratuitas y públicas. Nosotros preferimos contar esta historia, la del arte de La marcha de las luciérnagas y las resistencias educativas como La Toma. Dos formas de poner en escena otra memoria, esa “peinada a contrapelo”, como quería Benjamín, las memorias de los que luchan por lo social, de los que resisten desde la creatividad, el amor, la música, el baile. No sabemos cuál será el destino de nuestras universidades, como será un 2025 con la mitad de presupuesto y los sueldos destruidos, no importa, porque estamos resistiendo, estamos aprendiendo, estamos enseñando, estamos luchando y defendiendo nuestras ideas, nosotros los vencidos: ¡Aquí estamos!

(Marcha de la Asamblea Interclaustro por la Educación - Ph @leonidasfotografias).

Manuel Fontenla

Docente e Investigador de la UNCA.

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