El Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, decretado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se celebra este domingo 2 de abril con el objetivo de contribuir a la mejora de la calidad de vida e inclusión de la población que vive con esta condición.
La Real Academia Española define la palabra autismo como un “trastorno del desarrollo que afecta a la comunicación y a la interacción social, caracterizado por patrones de comportamiento restringidos, repetitivos y estereotipados”.
Alrededor de 78 millones de personas tienen autismo a nivel global, mientras que en Argentina se estima que hay más de 500.000 personas con esta condición. Durante los últimos años, a raíz de que se ha tomado mayor conocimiento sobre el tema, ha incrementado el número de personas que reciben su diagnóstico.
Sin embargo, en la vida de quienes viven con esta condición y sus familias, el término es mucho más amplio. De hecho en los últimos años los especialistas prefieren hablar de condiciones del espectro autista (CEA) para referirse a la amplia gama de trastornos que engloban el cuadro.
El peregrinar por especialistas en busca de un diagnóstico, la angustia e incertidumbre de ver que “algo no anda bien” con un hijo, la mirada ajena que condiciona, y las barreras -desde económicas, hasta de acceso a profesionales en el caso de las familias del interior- hace que las madres y los padres de niños con esta condición vivan una vida muy diferente a la de otras personas con hijos con otro tipo de discapacidad.
Esferas afectadas en personas con autismo
La primera esfera, la de "la palabra hablada", implica que "hay un tercio de las personas con autismo que no logran desarrollar el lenguaje". Otro porcentaje consigue hablar pero "tiene dificultades en el uso social del lenguaje, para iniciar y mantener una conversación".
La interacción social en niños y niñas con autismo no es la habitual. Algunos signos comunes son que no sostienen la mirada, no responden cuando se los llama por su nombre y tampoco desarrollan lo que se conoce como atención conjunta, una capacidad que empieza a manifestarse alrededor de los 10 meses y por la cual los niños comienzan a mostrarles a otras personas aquello que les llama la atención y los divierte.
Estos comportamientos propios de la interacción social, a los que se suma también el juego en solitario, pueden funcionar como signos tempranos para la identificación de un posible caso de autismo en niños de entre 1 y 2 años.
La tercera y última esfera es la de la alteración del juego y la simbolización, por la que "los niños y niñas con autismo presentan dificultades para la imaginación, para desarrollar lo que se llama juego simbólico", que es cuando, por ejemplo, simulan ser médicos o cocineros.
Esto, a su vez, está acompañado de comportamientos repetitivos. "Alinean los juguetes o los apilan, y también pueden tener gestos corporales como lo que llamamos "aleteo" cuando se ponen contentos".
Los niños y niñas con autismo, además, tienen capacidad para memorizar letras y números, pero no saben cómo hacer esos aprendizajes "funcionales en su vida cotidiana".
La importancia del diagnóstico temprano
El componente genético representa una de las principales raíces de los trastornos del espectro autista, aunque no hay un estudio específico para detectar la condición. "El problema del autismo es que hay una diversidad inmensa" de casos, lo que lleva a que haya características "muy diferentes" entre una persona y otra. La "detección precoz y la intervención temprana", es lo más importante porque "cambia el pronóstico y futuro de un niño o niña con autismo