Conocido originalmente como Maximionas, fue condenado a trabajos forzados en las minas durante el reinado del emperador Maximiano Daya. Como consecuencia de ello, perdió uno de sus ojos y quedó cojo para el resto de su vida. Sin embargo, logró escapar de su cautiverio y se unió a la vida monástica, cambiando su nombre por el de Máximo.
Más tarde, San Macario de Jerusalén lo nombró obispo de Dióspolis (Lidia), donde ejerció como coadjutor y tenÃa derecho a sucesión. En el año 334, tras la muerte de San Macario, Máximo fue nombrado obispo de Jerusalén.
A pesar de su sencillez y humildad, Máximo no estuvo exento de controversias durante su mandato. En el concilio de Tiro (335), suscribió por ingenuidad la condena contra San Atanasio de AlejandrÃa, lo que permitió a los arrianos atacarlo. Sin embargo, Máximo pronto se dio cuenta de su error y pidió perdón.
Durante su mandato, Máximo participó en la dedicación de los santuarios del Santo Sepulcro en Jerusalén y trasladó la catedral del Monte Sión al "Martyrium" del Calvario, donde inició la construcción de la basÃlica de la Santa Sión y transfirió la columna de la flagelación.
En el año 341, Máximo no participó en el concilio pro arriano de AntioquÃa y, más tarde, en el año 346 recibió con todos los honores a San Atanasio en su paso por Palestina.
Antes de su muerte, Máximo fue depuesto de su sede por los arrianos, según algunas fuentes, mientras que otras indican que nombró a Heraclio como su sucesor, quien fue depuesto y reemplazado por el arriano Cirilo.
A pesar de las dificultades y los obstáculos que enfrentó a lo largo de su vida, San Máximo de Jerusalén es recordado por su valentÃa, humildad y su compromiso con la fe cristiana. En este dÃa, la comunidad católica lo honra y celebra su legado como ejemplo de perseverancia y fidelidad a los valores de la Iglesia.