El 23 de abril es el día en que se conmemora el nacimiento para el cielo de San Agapito I, un papa que trabajó incansablemente para que la elección del obispo de Roma fuera libre y para que se respetara la dignidad de la Iglesia. Fue enviado a Constantinopla por el rey ostrogodo Teodorico, donde difundió la fe ortodoxa ante el emperador Justiniano y ordenó a Menas como obispo de la ciudad. Fue en Constantinopla donde finalmente descansó en paz.
Aunque su fecha de nacimiento es incierta, se sabe que era muy anciano cuando subió al trono de Pedro, que ocupó por menos de un año, en el 535-36. Era hijo de Gordiano, un sacerdote romano que murió en los disturbios durante el papado de San Símaco.
Unos pocos años antes de su papado, el Papa Bonifacio II había sido elegido en un confuso episodio en el que rivalizó con el Alejandrino Dióscuro. Su contrincante murió poco después, por lo que el cisma no llegó a mayores. Sin embargo, Bonifacio no se contentó con haber quedado como el legítimo y lanzó un anatema contra Dióscuro a título póstumo, que hizo firmar a sus partidarios y archivar en los anales de Roma. Agapito llegó a la sede de Pedro y desarchivó públicamente el anatema, limpiando así la honorabilidad del trono petrino.
Además, confirmó los decretos del Concilio de Cartago, según el cual los convertidos del arrianismo fueron declarados inelegibles para las sagradas órdenes, así como otros actos de un gobierno de la Iglesia que ya tenía verdaderamente características universales, al menos en relación a Occidente.
Su misión en oriente y muerte
Sin embargo, la actuación principal de este papa no fue en Roma sino en Oriente, en Constantinopla. Allí, el rey godo Teodato pidió al papa que realizara ante Justiniano una gestión diplomática de la mayor importancia. El Emperador había mandado una expedición punitiva a Italia a cargo del General Belisario, para vengar la muerte de la regente de Ravena a manos del propio Teodato. El prestigio de Agapito debía ser suficiente para aplacar al Emperador, por lo que Agapito dejó Roma con una embajada de cinco obispos y un considerable séquito, incluso empeñando algunos vasos sagrados para pagar su viaje.
En Constantinopla, Agapito fue acogido como la cabeza de la Iglesia Católica. Sin embargo, la misión política fracasó y Justiniano no se doblegó. A pesar de esto, Agapito aprovechó su viaje para realizar gestiones eclesiales de gran importancia, instando al cumplimiento del Concilio de Calcedonia y deponiendo personalmente al patriarca Antimo I, de tendencias monofisitas pero que contaba con el favor del propio Emperador.
Su destitución fue una verdadera prueba de fuerza de la libertad de la Iglesia frente al Imperio. En su lugar consagró él mismo a san Menas. Poco tiempo después, y aun en Constantinopla, murió, dejando sin embargo la convicción de su santidad no sólo en la Occidente sino en la Iglesia de Oriente.