Nelson Jesús Bravo y Deolinda Rivas, pertenecen a la comunidad AVA guaraní ubicada en la zona de Calilegua, en las yungas jujeñas. Ambos tallan máscaras de animales, artesanías típicas de su cultura, y viajan a distintas ferias y eventos llevando este saber hacer ancestral original de esa parte del territorio nacional.
Las máscaras trascienden lo meramente estético, desde sus orígenes tuvieron un fin chamánico y ritual, se las hace para época de Carnaval con el objetivo de ahuyentar males y renovarse. Posteriormente las destruyen arrojándolas a los ríos.
Actualmente también se utilizan para concientizar sobre el cuidado del medio ambiente, por eso se replican los animales en peligro de extinción como el yaguareté y el aguará guazú, además de caburés o lechuzas, tucanes, pumas, loros, toda fauna nativa de la zona.
Las tallan se realizan en samóu, conocido popularmente como palo borracho, ya que es una madera blanda y de ese árbol también extraen la savia con la que obtienen tintes naturales al frotarla con piedras de diversos colores y flores del lugar.
Nelson cuenta que la cultura guaraní era ágrafa, por lo que los conocimientos y las tradiciones se transmitían a través de la oralidad, de la misma forma en que él transmite a quienes lo visitan en su stand en su misión de rescatar y revalorizar del arte guaraní.
También de Jujuy, pero de la zona del altiplano puneño llegó Edilberta Sara Puca, una tejedora de Cusi Cusi, pueblo de 500 habitantes ubicado a 4.800 metros sobre el nivel del mar, muy cerca del límite con Bolivia. Vino acompaña por Lucrecia Cruz, también tejedora, oriunda de la localidad de Huacalera, plena Quebrada de Humahuaca. Ambas recorrieron cerca de 1000 kilómetros hasta llegar a Catamarca con sus tejidos en fibra de llama y lana de oveja.
Edilberta cuenta que además es pastora, “trabajo la fibra de llama porque es lo que hago desde muy pequeña con toda mi familia. Tenemos el animal desde la cría, lo esquilamos, luego hacemos el hilado”.
Las creadoras jujeñas se dedican a producir todo tipo de prendas tejidas. Si bien utilizan técnicas similares a las de nuestras tejedoras se diferencian en el uso del color y en los diseños.
“Nosotras trabajamos con la fibra de llama, sobre todo, y también oveja. Tejemos en telar criollo, telar de cintura, dos agujas y cinco agujas”. Mantas, pulloveres, chales, ruana, fajas, chuspas para guardar la coca y hasta juguetes tejidos, se puede encontrar en su stand ubicado en el pabellón Peregrina Zárate.
Lucrecia cuenta que viene de familia de tejedoras y tejedores. Desde muy chica comenzó a hilar y después siguió su camino de forma autodidacta. “Hago el hilado de la lana a mano, para el teñido uso anilinas de colores o productos del lugar donde vivo, depende el gusto de cada uno”.
Desde Miraflores, una de las localidades ubicadas en esos 40.000 kilómetros de monte que abarca El Impenetrable chaqueño llegó Zulema Leiva con sus piezas elaboradas en hojas de palma o fibra de carandillo. Su principal tarea es la confección de cestería, canastos y artesanías con este entramado de fibras naturales.
Pertenece a la comunidad qom y se inició en esta actividad ancestral desde muy pequeña en su casa, de la mano de su abuela quien le enseñó la técnica. Cuenta que toda su familia se dedica a este trabajo artesanal y ahora ella lo transmite a sus hijos.
La palma o el carandillo, es una planta rústica muy resistente que puede sobrevivir largos períodos de sequía. Zulema junto a su familia caminan leguas para recolectarla. Una vez que la consiguen, la dejan secar y luego comienza el trabajo creativo.
Los diseños son variados, desde los tradicionales cestos y canastas, a nuevas piezas de diseño como lámparas, todo tipo de contenedores, adornos para colgar, alfombras; un amplio repertorio de creaciones con sello personal.
Zulema se vino cargando trabajos de otras artesanas de su comunidad y de la comunidad wichi, también presente en el Gran Chaco, que trabajan con fibra de chagua.
Las artesanías con chagua se realizan sin ningún tipo de herramientas, se hila con las manos y toda la manufactura se realiza con el propio cuerpo. Para teñir utilizan el corazón del carandá, un árbol autóctono al que también se lo conoce con el nombre de Itín, y del que extraen los pigmentos negros y marrones; para los verdes utilizan el Palo Santo.
Las artesanas de las comunidades qom y wichi buscan conservar y poner en valor los recursos naturales y culturales que les provee habitar en la segunda selva más grande de América Latina.