En Belén, cuna del poncho, cada vez más jóvenes tejedores continúan con el legado que heredaron de sus ancestros, y otros lo aprenden de sus pares. Es que el talento para tejer en telar criollo requiere de “ganas y actitud”, asegura Mauro Gutiérrez, de Londres, que además de crear prendas en lana de oveja y alpaca, las enseña a hacer.
“Nosotros hacemos ponchos, chales, caminos. En mi casa trabajo con mis hermanos, el más grande tiene 38 años y el más chico 26, y todos trabajan de esto. Y además les enseñé a mis amigos que están trabajando, me dan una mano porque gracias al grupito que tenemos en nuestro taller trabajamos todo el año para venir para acá (en referencia a la Fiesta del Poncho)”, contó.
Mauro tiene 33 años y teje desde niño. “Comencé más como una obligación de mi madre de que la ayude en ovillar una trama para un poncho, luego urdir, ir con los tarritos hilo por hilo poniendo los colores hasta que fui aprendiendo un poco más: a atar, a hacer las guardas, la guarda pampa, la guarda atada. Empecé a hacer cosas chicas, como fajitas, hasta que pude hacer un poncho que le vendí a una señora de Misiones. Fue muy lindo poder ver que a mi trabajo lo admiran, y que valía. A partir de ahí empecé a trabajar de esto”, cuenta.
Hoy en día asegura que es lo que más le gusta hacer, además de lograr los colores con los tintes naturales como el rojo y el rosa que lo obtiene de la cochinilla y los tonos marrones, amarillos y naranjados con jarilla. “Incluso hasta ahora estamos descubriendo plantas con las que se pueden lograr colores y que no hay ningún libro ni nada, y a veces nos vamos al campo y buscamos de ahí. Para mí no hay como la hoja del nogal, para mí es el mejor color, te da un tono doradito, un beige muy bonito”, sostuvo.
Los hermanos José, Saúl y Jaime Suárez, de Laguna Blanca, tejen desde chicos, y en todas las generaciones de su familia todos lo hacen. “Nuestras abuelas, nuestra madre, mi hijo Jeremías de 17 años y mi hija Macarena de 14 años saben hilar y tejer, los más chicos de 6 y 8 años ya quieren ovillar, y el año pasado ganó como mejor poncho de vicuña mi esposa y este año mi hermano Saúl”, contó orgulloso José.
Los hermanos Suárez aclaran que el aprendizaje para hacer una prenda de vicuña requiere de tiempo y práctica. “Comenzamos tejiendo con lana de oveja y llama y un año después más o menos ya tejemos en lana de vicuña”, contaron y comentaron que en Laguna Blanca cada vez más jóvenes se dedican al arte textil.
Acerca de los diseños, el ojo de perdiz aseguran que es el más complejo de aprender, al igual que la técnica para tejer doble faz. “Cuando uno le pone ganas se aprende todo y sale rápido, a nosotros además de combinar con guardas y cuadros nos gusta crear, hicimos un diseño similar al ojo de perdiz que estamos viendo si le ponemos de nombre flor de puna”, señalaron.
Milena Gutiérrez, tiene 24 años y es la hermana de Yamil, el ganador del mejor poncho de la edición 2024. “Nosotros somos diez hermanos, la más chica tiene 21 años y la más grande 41 años, en la familia unos tuercen, otros hilan, otros ovillan y otros urden, y hasta mi sobrino de 11 años sabe tejer. Yamil es el más ‘Pro’, con mi mamá son los que mejor les salen los colores, los diseños y las guardas”, contó.
Los testimonios de estas nuevas generaciones de tejedores y tejedoras muestran que, en Catamarca, el arte textil goza de buena salud, que representa un medio de vida para muchos artesanos y para alegría de todos, aseguran larga vida a la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho.